‘Asistontos virtuales’
Una de las primeras Inteligencias Artificiales con las que tuvimos contacto el gran grueso de usuarios de a pie fueron los asistentes de voz.
Empezando por Siri, siguiendo por Alexa y completando el trío con el Asistente de Google, casi todos hemos tenido una u otra interacción con alguno de ellos, aunque solo sea para probarlos.
También probaron fortuna Microsoft –con Cortana– y Huawei –con Celia–, con unas suertes distintas y siempre alejadas de los tres grandes.
Fueron los primeros y nos entusiasmaba cómo aquellos altavoces o aquellas aplicaciones móviles podían entender nuestra voz, cómo se activaban al pronunciar su nombre y cómo nos respondían a las peticiones que les hacíamos. Pese a la gran novedad que supusieron, la adopción de los asistentes de voz por parte del gran público fue más lenta y progresiva que la explosión de las IAs generativas y conversacionales de hoy.
Las reticencias eran evidentes. La creencia popular era que si los asistentes atendían a su nombre al llamarlos era porque constantemente estaban atentos y escuchando lo que decíamos, de modo que aquello era como tener una oreja del gigante Google o Amazon en el salón, siempre dispuesta a analizar nuestras conversaciones particulares.
La realidad es que, según han informado fuentes de Amazon Alexa a este periodista, los altavoces inteligentes disponen de un sistema que filtra el sonido hasta que encuentra las frecuencias concatenadas que se entienden como “Alexa”, y es entonces cuando se inicia la escucha activa. Es como un termostato que actúa al llegar a una temperatura o como un imán, que solo atrae metales ferrosos. Según dicen (según dicen), ni nos escuchan a todas horas, ni graban todo lo que decimos para ponernos publicidad acorde con la conversación que hemos tenido hace un momento (según dicen), sino que es solamente un chip que se acciona al recibir el input con su nombre. Siempre tendremos esa duda, digan lo que digan.
La gente no estaba acostumbrada. La implantación de los asistentes tardó en arrancar porque los usuarios no querían hablarle a una máquina, se sentían estúpidos y no solían obtener los resultados esperados de unos sistemas embrionarios y poco entrenados. Parece, sin embargo, que poco a poco hemos ido adquiriendo el hábito y ahora la mayoría lo vemos como algo normal, como quien le habla a su gato (que, por cierto, tampoco responde como esperamos).
…y llegó la IA generativa y conversacional al gran público
Antes de nacer ChatGPT, OpenAI ya era un gran laboratorio de IA que ofrecía su plataforma a desarrolladores que quisieran trabajar con el motor computacional más potente de que se podía disponer. Uno de ellos fue el robot de chat hiperrealista Project December, que murió de éxito. En parte, también terminó por el conservadurismo de OpenAI, ya que lo veían como un arma de doble filo, y pusieron demasiados impedimentos para mantener el proyecto en su macroordenador (GPT-3).
Poco después fue la propia OpenAI, fundada por Sam Altman y Elon Musk (ahora enemigos), con ayuda económica de Microsoft, quienes emprendieron el proyecto que ahora se conoce como ChatGPT, esa casilla de texto a la que podemos pedirle lo que queramos y que tantas virtudes tiene. La Inteligencia Artificial ha llegado al pueblo. Muchos han experimentado con el robot de chat, aunque con resultados no siempre satisfactorios. Pero la cuestión es que mucha gente que hasta ahora no tenía asimilado el concepto, ahora ya lo ha integrado. Y si no es ChatGPT, será Luzia, Dall-E, Midjourney o cualquier otra forma de generación de contenido a través de prompts.
Los asistentes, sentados en el andén viendo pasar los trenes
Mientras tanto, los asistentes virtuales nos siguen ayudando a encender las bombillas de casa, ponen la música que le pidamos y nos dicen qué tiempo hará hoy. Ahí se han quedado, como un señor mayor que da la espalda al progreso. Desconocemos los motivos, pero todavía no hay ninguno de los asistentes virtuales principales que haya agarrado el toro por los cuernos y se haya puesto a integrar la Inteligencia Artificial generativa a su sistema, para convertirse en un ChatGPT doméstico, al que le podamos pedir que nos cree una canción de la nada, que nos haga resúmenes de textos, que nos monte un plan de viaje, etcétera (recordemos que Alexa no solo fabrica altavoces, también tiene pantallas que muestran contenido).
Muchos usuarios se podrían beneficiar de una conversación casi humana con un asistente virtual que reuniera estas características. Sería un gran beneficio, por ejemplo, para todos los miles de personas mayores que viven en completa soledad.
Pero nada. Lo que suelen hacer (con gran rapidez, eso sí), es buscar en internet el resultado más apropiado y recitarlo con voz inerte. Si bien es cierto que Alexa o Siri tienen más aptitudes para mantener una conversación simple, siguen siendo unos algoritmos algo básicos a efectos prácticos.
Me puse en contacto con Google y también con Amazon para consultarles acerca de sus planes de implementar la IA generativa en sus asistentes, pero en ambos casos obtuve la misma respuesta: es prácticamente un secreto de estado.
La evolución necesaria
Con mayor o menor diplomacia, rehúsan dar cualquier tipo de explicación sobre sus planes con los asistentes virtuales. Pero el sentido común nos lleva a pensar que ese va a ser el paso natural que tendrán que dar, si no quieren que otra tecnología les adelante por la derecha.
Google ya ha lanzado públicamente su servicio de Inteligencia Artificial (Bard). Es una especie de ChatGPT que todavía necesita entrenamiento y maduración para poder estar a la altura. Como sucede con el producto de OpenAI, el índice de respuestas imprecisas es demasiado alto como para integrarlo en su ecosistema de asistente virtual. Tardará más o tardará menos, pero la confluencia de Google Home, Asistente de Google y Bard se tendrá que materializar en algún momento, aunque seguramente será de forma gradual y con pies de plomo.
El caso de Microsoft es de lo más curioso. Teniendo Cortana, el asistente para Windows que no ha terminado de triunfar (de hecho, está en regresión), y con la implicación que ha tenido Microsoft en el nacimiento de ChatGPT, no sería de extrañar que apareciera un sistema de altavoces domésticos con Cortana “powered by ChatGPT”. De hecho, el buscador Bing y el navegador Edge, ambos de Microsoft, son los que mejor han implementado la IA generativa en sus sistemas, con un buscador potenciado y con un apartado de chat que incorpora ChatGPT. Y. por si fuera poco, hasta el paquete Office ha puesto la IA generativa en sus programas de ofimática, con Copilot.
Lo que le falta a uno, lo tiene el otro. Si bien Google no ha acabado de madurar su IA, a Microsoft le falta la plataforma de altavoces y asistentes domésticos de que presume Google. Veremos quién gana la partida, pero en ambos casos se hace necesaria una evolución.
¿Y Alexa? ¿Y Siri?
Lo más curioso de todo es que tanto Alexa de Amazon como Siri de Apple son los más “humanoides”. Sus sistemas de generación de voz natural a partir de texto son extraordinarios y dan esa sensación de estar hablando con una persona. Son los más avanzados en este aspecto, y también gozan de una gran comunidad de usuarios de sus altavoces domésticos.
En cambio, que sepamos, no disponen del cerebro avanzado que tienen Google y OpenAI/Microsoft. Es evidente que sus asistentes de voz integran un complejo algoritmo de Inteligencia Artificial, pero no son capaces de generar contenido por sí mismos, sino que se limitan a ofrecer fragmentos de contenido ya existente en la red, para ajustarse a tus peticiones.
En estos casos, es de esperar que haya algún movimiento para que, tanto Alexa como Siri se suban al tren de la IA generativa si no quieren quedar como unos auténticos asistontos virtuales.
Como siempre concluimos, somos espectadores privilegiados de una era de la historia en la que los avances tecnológicos se suceden a la velocidad del relámpago. Démonos un plazo de cuatro o cinco años para ver la esperada evolución de los asistentes virtuales, que esperemos que cada vez se asemejen más a HAL9000 de 2001: Una odisea en el espacio, y no a Alfred de El engendro mecánico.