La IA y la enseñanza: ChatGPT contra la picaresca en los exámenes
Hace varios años que se flirtea con la Inteligencia Artificial conversacional.
Los chatbots están entre nosotros desde hace tiempo, pero siempre que los usamos en algún servicio online acabamos enervados con la máquina y buscamos que nos atienda un asistente humano. Sin embargo, las cosas han cambiado. La aparición de herramientas como ChatGPT han dado un vuelco a las relaciones que tenemos con los sistemas artificiales.
Quien haya hecho alguna vez la prueba de dialogar con ChatGPT habrá podido comprobar que, tarde o temprano, se pierde la noción de que se está hablando con una máquina. La potencia del motor de generación de textos coherentes es tal que ha dado lugar a múltiples usos ilícitos, especialmente en el sector académico.
“Hazme un resumen de ‘El Lazarillo de Tormes’”
Salvo algunas excepciones que hacen todo lo contrario, cada vez son más las instituciones de enseñanza superior que están optando por dejar de solicitar trabajos a los alumnos, así como abandonar las evaluaciones finales tal y como las conocemos actualmente. Y es que muchos profesores se están dando cuenta de que ChatGPT ya es capaz de aprobar exámenes.
Es indudable que los métodos para evaluar del conocimiento de los estudiantes se verán alterados de ahora en adelante. Sin embargo, nos encontramos en una fase de transición en que alumnos y maestros juegan al ratón y al gato. Los examinadores se ven en la tesitura de intentar detectar la picaresca de algunos, pero no tienen más herramientas que su propia suspicacia para cazar los textos escritos mediante Inteligencia Artificial. ¿Lo más fácil? Prohibir ChatGPT, aunque no siempre lo consiguen.
El creador de ChatGPT prepara un detector
OpenAI es consciente de los usos irregulares que se pueden dar a su robot: difusión de desinformación, plagios, conductas académicas ilícitas, etcétera. Ellos han sido los primeros a quienes concierne el mal uso de la herramienta, y por eso se encuentran en fase de perfeccionamiento de AI Classifier, la utilidad de detección de textos generados mediante Inteligencia Artificial.
Quien lo desee, ya lo puede probar: http://platform.openai.com/ai-text-classifier
El clasificador determinará la probabilidad de que un texto introducido se haya generado mediante IA. El problema es que ellos mismos admiten que “no es del todo fiable”. Por el momento, tiene un escaso acierto del 26% en la detección de textos redactados artificialmente, con un 9% de falsos positivos (escritos por humanos, pero detectados como artificiales). Además, la eficacia empeora si el texto tiene menos de mil palabras o está escrito en un idioma distinto al inglés.
Sin embargo, igual que sucedió con el motor de conversación, con el tiempo solo puede hacer que mejorar su precisión. De hecho, OpenAI ya ha anunciado la contratación de mil desarrolladores para darle un impulso a la herramienta. Por si acaso, ellos ya avisan que por el momento es un trabajo en proceso y no debe tomarse como una utilidad para tomar decisiones finales, sino como un complemento que ayude a decantarse.
Lo que está claro es que los creadores de esta chuleta 3.0 ya se están poniendo manos a la obra para enmendar el problema.
“Las calculadoras las carga el diablo”
El debate está sobre la mesa. ¿Recuerdan cuando los maestros de antaño prohibían a sus alumnos usar las calculadoras electrónicas porque temían que los niños se olvidaran de multiplicar y dividir? Ahora, díganme: ¿Cuánto hace que no se ponen a resolver una división a la antigua usanza? ¿Sabrían por dónde empezar? Hagan la prueba. Si en la actualidad todo el mundo calcula hasta la operación más básica con un teléfono móvil es porque nuestro objetivo es conseguir un resultado que vaya mucho más allá de una simple suma. La herramienta es el medio para llegar a una meta, pensemos en grande.
¿No sería más apropiado enseñar a los alumnos a hacer un buen uso de la Inteligencia Artificial en lugar de verla como la semilla del diablo? Debemos tener una lectura positiva de las cosas y saber conducir las herramientas para hacer el bien.
Está claro que podemos matar a alguien con un puñal. Pero también es cierto que el mejor plato de nuestro restaurante favorito no sería posible sin la ayuda de un cuchillo bien afilado. Abrámosle la puerta a la IA. Propongamos a los institutos de secundaria y bachillerato una asignatura dedicada a manejarla correcta y éticamente. Sin trampas.
¿No se dan cuenta de que por mucho que prohíban, la picaresca siempre correrá varios pasos por delante? Abracemos ChatGPT, no lo repudiemos. Cuando todo funcione con mentes artificiales me lo agradecerán. Google también ha tomado cartas en el asunto y está a punto de presentar Bard, su propia IA generadora de texto.
Y no: lo de pedir los trabajos a mano para que no usen la IA no es una solución. También sabe escribir a mano e imitar la letra del alumno.